El apego es un vínculo afectivo
especial que establece un individuo respecto a otro que entiende como
importante e irremplazable, por presentar las siguientes características: base
segura, búsqueda de proximidad con respecto a la figura de apego, especificidad
de la figura de apego (en la infancia suele ser la madre y/o el padre), protesta de
separación y modelos internos operativos, relativamente estables, inconscientes
y consistentes, que reflejan la percepción que tiene el sujeto respecto a la
accesibilidad y la capacidad de respuesta de la figura de apego. El apego
es un constructo hipotético, pero las conductas de apego sí pueden observarse.
Para desarrollarse intelectual,
emocional, social y moralmente, el niño necesita, en cada de estas áreas, gozar
regularmente y durante un largo período de su vida de un vínculo afectivo
fuerte, cercano, recíproco y estable, el cual desempeña una función muy
importante en su bienestar. El vínculo o apego es una relación afectiva
positiva, incondicional y duradera que se caracteriza por el placer mutuo de
estar juntos y el deseo de mantener ese cariño. Las interacciones positivas
con personas que lo cuidan de forma estable generan en el niño un sentimiento
de bienestar y van creando una seguridad básica. El niño necesita recibir de su
madre/padre o persona que lo cuida demostraciones de cariño, y atención, de un
modo continuo, diario y estable. Así el niño va desarrollando seguridad y
confianza y el sentimiento de ser valioso e importante. El niño necesita dar y
recibir afecto. Para el niño el vínculo de apego es totalmente indispensable
y necesario para un desarrollo adecuado. La calidad del vínculo o apego está
determinada por la capacidad del adulto de ponerse en el lugar del niño, de
lograr sentirse como él se siente. En la iniciación y mantenimiento de un
vínculo de afecto positivo es muy importante la sensibilidad de la madre/padre
a las señales del niño.
Los patrones de interacción
entre la madre o el padre y los niños, una vez establecidos, tienden a
persistir en la mayoría de los casos. Una causa de dicha persistencia es el
modo en que el progenitor trata al niño, ya que, para bien o para mal, tiende a
continuar sin cambios. El modo en que un cuidador trate a un niño determinará,
en gran medida, su personalidad.
Los progenitores que son sobreprotectores,
o que maltratan a sus hijos, o que sufren adicciones, depresiones u otras
enfermedades psiquiátricas, tienden a desviar el desarrollo de sus hijos a
niveles subóptimos. Por el contrario, los progenitores cálidos, afectivos y
que apoyan las iniciativas de sus hijos y sus necesidades de exploración,
tienden a tener niños que crecen mentalmente sanos y psicológicamente maduros y
creativos (Franz y colaboradores, 1994). Cuando no existen
obstáculos a mayores, se logra establecer un adecuado vínculo afectivo entre
los progenitores y sus hijos. Al existir un apego seguro, existe óptimo
desarrollo físico-nutricional, no se interfiere en el aprendizaje del menor por
ensayo-error, no se busca manipular el comportamiento del menor en función de
la propia angustia, se comprende e interacciona de un modo natural con el mundo
infantil-simbólico del niño.
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