viernes, 7 de febrero de 2014

Custodia compartida


Resulta indispensable la necesidad de separar conflicto conyugal y relación parental. El establecimiento de una relación conyugal, en la que dos sujetos buscan compartir una vida, puede finalizar con el divorcio. En ocasiones en el seno de esa unión surgen las relaciones parentales, en las cuales los progenitores establecen vínculos con los hijos comunes. Una y otras pueden funcionar correctamente, pero esto no implica que tengan que mantenerse juntas. Podemos dejar de ser pareja pero nunca dejamos de ser madres y padres. El divorcio afecta a la relación conyugal, pero debe procurarse que no afecte a las relaciones parentales. Sin embargo, las decisiones sobre la custodia monoparental potencian la eliminación de las últimas.

El divorcio puede ser o no un proceso conflictivo, pero, sin duda, afecta, con mayor o menor intensidad, a la estabilidad emocional del menor, puesto que, además de vivir el propio proceso de separación de sus padres, debe enfrentarse al hecho de renunciar a convivir de forma cotidiana con uno de ellos. Algunos de los factores emocionales que pueden verse alterados en el niño por el divorcio de sus padres son: bajada en el rendimiento académico, peor autoconcepto, dificultades en las relaciones sociales, dificultades emocionales como depresión, miedo, o ansiedad entre otras, y problemas de conducta.

El conflicto en la pareja no afecta por igual a las relaciones del padre y de la madre con sus hijos. La disminución de la calidad en la relación de pareja tiene unos efectos negativos superiores en las relaciones del padre y los hijos que en las de la madre y éstos (Amato & Keith, 1991; Belsky et al., 1991; Jouriles & Farris, 1992). Unos efectos que son, además, especialmente significativos en la relación padre-hija, que, por el contrario, es más sólida en el caso de aquellas parejas que presentan una buena relación.

Son muchos, cada vez más, los menores que cuando se les pregunta ante una separación con quien les gustaría estar dicen "con mamá y con papá" y es importante que nos adaptemos a las circunstancias y a la demanda creciente de que los padres se corresponsabilicen de sus hijos. En estas circunstancias la custodia compartida adquiere una ventaja sustancial colateral. El eje central de este régimen es la coparentalidad, es decir, "ambos [progenitores] deben tener los mismos derechos y responsabilidades que tenían sobre sus hijos antes de la separación”, lo que, por añadidura, constituye un derecho del niño. El objetivo es que los hijos puedan disfrutar el mayor tiempo posible de ambos, con un compromiso por parte de los padres de crear una atmósfera civilizada y respetuosa el tiempo que pasen con ellos. Recordemos algo básico y es que la ruptura se produce entre los padres, nunca los padres y los menores, que jamás deberían sufrir las consecuencias del divorcio sobre sus vidas.

Hasta hace poco el divorcio iba inevitablemente asociado a la desintegración de la familia, pero cada vez aparece más claro este concepto de que es una ruptura de pareja, no de la familia, que simplemente debe reorganizarse de manera distinta. Obviamente el divorcio va a afectar en distintas facetas de la vida familiar, económica, laboral, psicológica y socialmente, pero resulta especialmente importante a la hora de tomar cualquier tipo de decisión relacionada con este proceso tener presente la necesidad de garantiza y salvaguardar el bienestar del menor; basarse, definitiva, en el criterio del interés superior del mismo.

Es recomendable, entre otras cosas, que, aun estando separados, ambos se impliquen activa y ampliamente en las actividades diarias y en la vida de sus hijos mediante el contacto continuo y frecuente con ellos; que tengan en cuenta las consecuencias negativas de involucrar a los niños (o adolecentes) en sus conflictos e incluso "usarlos" para dañar al otro progenitor, así como lo conveniente de establecer una cooperación que permita asumir y participar en común en las decisiones relacionadas con los aspectos fundamentales de la vida de sus hijos. Ante la posibilidad de acuerdos y repartos igualitarios de tiempos, obligaciones, derechos y responsabilidades es muchisimo más fácil el cumplimiento de las medidas acordadas tras la separación.

Además, al disminuir el riesgo que enfrenta el niño frente a la separación y evitar las posibles consecuencias negativas, se asegura y protege el desarrollo armónico e integral del niño, desde el punto de vista emocional, psicológico y afectivo.  Es decir se garantiza el desarrollo integral del menor. 

Una abrumadora cantidad de estudios han coincidido en que los niños que mantienen un contacto regular con ambos progenitores tras el divorcio muestran mejores niveles de adaptación social y rendimiento académico que los niños criados en hogares monoparentales, y han puesto de manifiesto las imborrables y negativas huellas de la ausencia de uno de los padres durante la infancia y la adolescencia. 

Se han señalado, no obstante, una serie de desventajas que vendrían asociadas a este tipo de custodia, entre ellas la necesidad de adaptarse a dos hogares distintos. En muchas ocasiones, en cada uno rigen sus propios hábitos, reglas y horarios, lo que obliga a los niños a adaptarse a dos formas distintas de encarar la vida, a costumbres disímiles y a normas de educación diferentes. Ello, además de los problemas prácticos y logísticos subsidiarios, dado que es frecuente que enseres que el niño debe de utilizar un día hayan quedado en la otra casa el día anterior. Por tanto, se ha defendido que este sistema de alternancia de vivienda puede provocar inestabilidad emocional en los hijos. Sin embargo, diversos estudios han venido a relativizar la validez de estas inferencias.

En concreto han desvelado que, en su mayor parte es el enfado de un progenitor acerca de las diferencias de su modelo de educación y crianza respecto al del otro lo que genera problemas, más que las diferencias por sí mismas. Además, los menores establecen vínculos especiales con sus cuidadores desde el principio, y estos vínculos pueden ser diversos y distintos en función de las distintas relaciones. En la rutina diaria de cualquier familia intacta, los menores están adaptándose continuamente a los cambios que la vida familiar implica. Un ejemplo de ello son los múltiples vínculos que establecen con sus distintos cuidadores: abuelos, niñeras, docentes y padres. Estos cambios son aceptados de modo rutinario y no tienen por qué implicar desajuste en los menores. Los niños van de un lugar a otro, de un adulto a otro, sin expresar mayores problemas, y más en una sociedad en que ambos progenitores trabajan y es cada vez más frecuente que los hijos experimenten el cuidado de adultos distintos de sus padres la mayor parte del tiempo, sin que hayan experimentado ningún perjuicio en su estabilidad emocional.

No obstante y para concluir, que esta sea la opción idónea no quiere decir ni que sea la única ni la mejor en todos los casos, puesto que cada individuo y cada familia presenta una ideosincrásia única y siempre habrá que evaluar cada caso de manera particular.

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