viernes, 2 de mayo de 2014

Trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) en niños

Tradicionalmente se han considerado los trastornos de esta área nosológica como extremadamente raros en el niño. Rodríguez Sacristán y Benjumea (1990) nos indican  que la persistencia de los síntomas, su severidad y el grado de tolerancia familiar y del propio niño serán los que lleven a una alteración del estado de salud mental. Para que se pueda apreciar un valor psicopatológico hay que tener en cuenta dos elementos básicos:
- la resistencia, es decir, la defensa, la evitación de la obsesión o compulsión que repetidamente se presenta.
- la interferencia, que se refiere al grado de perturbación en la vida cotidiana provocada por los síntomas obsesivos.

Este hecho es el que provoca mayor atención de padres y profesores para detectar el trastorno. Si los síntomas no alteran la actividad habitual, la tolerancia es mayor y pasa frecuentemente desapercibido. También influye la presencia de síntomas o rasgos obsesivos en los propios padres, lo que hará que consideren las comductas obsesivo-compulsivas de sus hijos como normales.

El trastorno obsesivo-compulsivo se caracteriza por la presencia de obsesiones y/o compulsiones de caracter recurrente e invasivo que alteran el funcionamiento cotidiano. Supone una pérdida de tiempo y energía al realizar rituales. Se mantiene por refuerzo negativo (se da cuando la conducta tiene como consecuencia la desaparición de un estímulo aversivo. Como en el caso del refuerzo positivo, en el sujeto se produce un incremento de la probabilidad de que una conducta se realice. El refuerzo negativo puede ser: de evitación, cuando la conducta impide la presencia de un estímulo aversivo, o de escape, cuando la conducta elimina la presencia de un estímulo aversivo). 

Los adultos, en algún momento, reconocen el caracter anormal de sus obsesiones. Pero en los niños, esto no sucede (los padres las llaman "manías") y el niño no le atribuye caracter anormal. En ocasiones si que les parece raro o les da vergüenza hacer el ritual delante de los demás, por lo que se ocultan o esperan a estar solos. Generalmente los padres no se dan cuenta hasta que el trastorno está ya muy avanzado.

Entre los síntomas para identificarlo podemos observar: niños que se pasan mucho tiempo en el baño (a veces gastan el papel del baño entero) o en su cuarto, tienen escamas o problemas en las manos, emplean mucho tiempo en ordenar su cuarto y de manera angustiosa, pasan mucho tiempo haciendo sus tareas, tienen comportamientos agresivos o de rabia si se les toca lo suyo, quieren usar siempre el mismo vaso o plato, leen la misma página muchas veces, gastos exagerados de agua...

Muchas veces los padres terminan participando de los rituales o los padres pasan por ellos como algo normal (porque hay rituales normales en determinadas etapas del desarrollo), por ejemplo:
2-4 años: hay conductas rutinarias al acostarse, a la hora de comer, en el baño...
5-7 años: rituales en grupo que se aprenden y en contextos de juego (caminar a la pata coja, no pisar las rayas, saltar una baldosa del suelo...); algunos tienen que ver con creencias supersticiosas (decir mentiras y cruzar los dedos, llevar cosas a los exámenes).
8-10 años: interés por el coleccionismo (no tirar nada), son profundamente inflexibles con las normas de los juegos.

Muchos de estos rituales normales se mantienen después y es importante discriminar entre los rituales normales (son transitorios, evolutivos o lúdicos, se interrumpen con frecuencia, más intensos de los 4-8 años y facilitan la socialización y el acercamiento al grupo y el control de la ansiedad, se dan en cosas cotidianas de la vida como tareas o colegio, son aceptables y no son considerados por el entorno como anormales) y los rituales patológicos o compulsivos (no son transitorios, deben intervenrse y cuanto antes mejor, tienen la finalidad de reducir la ansiedad y no hay placer al realizarlos, la evitación o nterrupción del ritual genera ansiedad e irritación, interfieren en la vida cotidiana del niño y en su desarrollo, sobre todo, social, porque los otros niños lo ven "raro", favorecen el aislamiento social y las conductas agresivas, son angustiosos e incluso, a veces, son regresivos o conductas propias de niños más pequeños, no se basan en cosas cotidianas y a veces no tienen nada que ver con el ritual que se lleva a acabo para reducir la ansiedad, son identificados como conductas anormales por el entorno del niño).

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