Respecto al caso particular del trastorno por estrés postraumático en menores, la
intensidad de las consecuencias psicológicas va a depender
fundamentalmente de la figura del agresor, la etapa evolutiva en que se
encuentre el niño (cuanto más pequeños más graves suelen ser los síntomas sufridos, porque es menor la percepción de control que tienen sobre su propia vida), las reacciones anteriores ante pérdidas y
separaciones, el comportamiento de las personas que le rodean o el tipo de familia (los niños son más vulnerables si viven en un ambiente
desestructurado).
En
la infancia tenemos que tener en cuenta que muchos niños no expresan
sus pensamientos y emociones verbalmente sino a través de su
comportamiento. Los más pequeños lo expresan de manera más global:
conductas de retraimiento, dificultades de aprendizaje, conductas
regresivas y pérdida de algunas habilidades. Es muy común que aparezca
la ansiedad de separación, que se traduce en una dependencia exagerada. A
partir de los 8 años, por lo general, los niños ya pueden expresar verbalmente y
aportar una cronología fidedigna de los acontecimientos.
En
el caso de menores podemos encontrar sintomatología muy variada:
alteraciones del sueño, cambios en los hábitos de alimentación, culpa y
vergüenza, sobresaltos, disminución de la autoestima, síntomas físicos
(náuseas, dolores abdominales), comportamientos regresivos, ansiedad,
tristeza, malestar emocional (dificultades de adaptación a la vida
cotidiana).
Las
niñas suelen manifestar más síntomas ansiosos y depresión. Los niños, más trastornos de conducta. En ambos casos se suele traducir en una
inadaptación escolar.
Los
síntomas comienzan a mejorar cuando el niño recibe explicaciones claras
por parte de los padres y se encuentra bien apoyado emocionalmente por
ellos. La atmósfera de apoyo, comunicaión y serenidad contribuye a la
recuperación psicológica del menor, que se basa en la sensación de
autonomía y la capacidad de ejercer autocontrol sobre sí mismo y sobre el
medio que le rodea.
En
la adolescencia pueden aparecer cambios radicales en su comportamiento y
son frecuentes las actitudes de escape. Lo que predice una peor
evolución hacia la vida adulta es la exposición prolongada a los
estímulos traumáticos.
Distinción entre vergüenza y culpa:
- Vergüenza: se caracteriza por una autodescalificación global, es emoción debastadora, la preocupación prioritaritaria es el malestar emocional, produce aislamiento social y depresión como consecuencia.
- Culpa: se caracteriza por una autocrítica de la conducta concreta, es una emoción menos devastadora, la preocupación prioritaria es el dolor por el daño hecho, produce facilitación de la empatía (ponerse en el lugar del otro) e intentos de reparación.
Es importante ayudar al menor a gestionar el sentimiento de culpa. De no ser así, la no superación produce acciones negativas, como sería la mala conciencia a nivel cognitivo o el remordimiento a nivel afectivo. Para la superación de este sentimiento de necesitaría o un arrepentimiento (solicitud de perdón) o la reparación del daño (directa, altruista o indirecta).
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