La teoría criminológica de la Escuela clásica parte de la concepción del hombre como ser libre y racional, que es capaz de reflexionar, tomar decisiones y actuar en consecuencia. En sus decisiones, básicamente realiza un cálculo racional de las ventajas e inconvenientes que le va a proporcionar su acción, y actúa o no según prevalezcan unas u otras. Cuando alguien se enfrenta a la posibilidad de cometer un delito, efectúa un cálculo racional de los beneficios esperados (placer) y confronta con los perjucios (dolor) que cree van a derivarse de la comisión del mismo; si los beneficios son superiores a los perjucios tenderá a cometer la conducta delictiva (Beccaria, 1764).
Pero, ¿qué ocurre cuando los síntomas mentales aparecen como alteraciones de las funciones de la mente, cuándo el ser humano pierde la capacidad volitiva y el juicio, entendiendo éste como la capacidad de evaluar una situación de acuerdo con la lógica formal y actuar de forma adecuada, cuando no presenta introspección ni reflexión?.
Las tres grandes teorías criminológicas no son suficientes para explicar algunos delitos:
1) Teoría del aprendizaje social: establece correlatos importantes del delito por asociación con iguales delincuentes. Akers plantea que en delincuencia intervienen variables que motivan- que incitan al delito- y variables que controlan- que previenen el mismo. El entorno jugaría un papel destacado a la hora de cometer un delito, de manera que un contexto negativo impulsaría y motivaría a la comisión del delito. Esta teoría explicaría algunos delitos, pero no resolvería por que sujetos que no han tenido modelos de delincuencia llegan a cometer atrocidades.
2) Teoría del control y de la desorganización social: plantea que existen controles internos (autoconcepto positivo, creencia de las normas, autocontrol alto) o externos (familia, escuela, grupo primario) que impiden caer en el delito. Se escaparían aquí los individuos bien integrados, aparentemente equilibrados y bien adaptados socialmente que espontáneamente cometen un delito.
3) Teoría de la tensión/ frustración: los estados afectivos negativos, tales como la ira, que a menudo resultan de relaciones negativas (Agnew, 1992: 48- 49) motivan los delitos. La frustración, entendida como sensación de malestar por algo que no ha salido como queríamos, producida bien cuando no se logran metas valoradas positivamente, bien por extinción o amenaza de extinción de estímulos valorados positivamente, o bien por exposición o amenaza de exposición a estímulos valorados negativamente, facilita la especial disposición a delinquir. El delito se plantea como una posible respuesta a la frustración. Esta teoría fallaría en la explicación de los delitos minuciosamente planificados, delitos en los que los detalles han sido cuidados y pensados con tiempo y frialdad.
Nos planteamos aquí que ocurre cuando entra en juego la psicopatología, cuando aparecen los trastornos mentales, se nos escapa la norma general y fallan las teorías. Actualmente diversos expertos tienen en cuenta los factores psicológicos, no sólo como desencadenantes de la delincuencia o la violencia o protectores de la integridad del individuo, sino también como causantes de comportamientos delictogénicos.
Pero, ¿qué ocurre cuando los síntomas mentales aparecen como alteraciones de las funciones de la mente, cuándo el ser humano pierde la capacidad volitiva y el juicio, entendiendo éste como la capacidad de evaluar una situación de acuerdo con la lógica formal y actuar de forma adecuada, cuando no presenta introspección ni reflexión?.
Las tres grandes teorías criminológicas no son suficientes para explicar algunos delitos:
1) Teoría del aprendizaje social: establece correlatos importantes del delito por asociación con iguales delincuentes. Akers plantea que en delincuencia intervienen variables que motivan- que incitan al delito- y variables que controlan- que previenen el mismo. El entorno jugaría un papel destacado a la hora de cometer un delito, de manera que un contexto negativo impulsaría y motivaría a la comisión del delito. Esta teoría explicaría algunos delitos, pero no resolvería por que sujetos que no han tenido modelos de delincuencia llegan a cometer atrocidades.
2) Teoría del control y de la desorganización social: plantea que existen controles internos (autoconcepto positivo, creencia de las normas, autocontrol alto) o externos (familia, escuela, grupo primario) que impiden caer en el delito. Se escaparían aquí los individuos bien integrados, aparentemente equilibrados y bien adaptados socialmente que espontáneamente cometen un delito.
3) Teoría de la tensión/ frustración: los estados afectivos negativos, tales como la ira, que a menudo resultan de relaciones negativas (Agnew, 1992: 48- 49) motivan los delitos. La frustración, entendida como sensación de malestar por algo que no ha salido como queríamos, producida bien cuando no se logran metas valoradas positivamente, bien por extinción o amenaza de extinción de estímulos valorados positivamente, o bien por exposición o amenaza de exposición a estímulos valorados negativamente, facilita la especial disposición a delinquir. El delito se plantea como una posible respuesta a la frustración. Esta teoría fallaría en la explicación de los delitos minuciosamente planificados, delitos en los que los detalles han sido cuidados y pensados con tiempo y frialdad.
Nos planteamos aquí que ocurre cuando entra en juego la psicopatología, cuando aparecen los trastornos mentales, se nos escapa la norma general y fallan las teorías. Actualmente diversos expertos tienen en cuenta los factores psicológicos, no sólo como desencadenantes de la delincuencia o la violencia o protectores de la integridad del individuo, sino también como causantes de comportamientos delictogénicos.
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